LAS TRES AMBOSTAS
Esta historia sucedió hace siglos en las tierras altas del Cinca contiguas a las praderas de Lalarre. Muy cerca de esas praderas se encuentra el bosque de la Oropéndola; un bosque de robles en el que todos los años tejen sus nidos, miles de esos hábiles pájaros pardo-amarillos.
Y todavía hoy, en la época de anidamiento, los exultantes y profusos trinos de esos refinados constructores, convierten el bosque en una atronadora caja de música.
Pues bien, no muy lejos de esos parajes vivía un clan de recolectores pirenaicos cuyo cometido principal como el de todas las familias, era velar por su propia supervivencia.
Mientras los mayores de la familia se dedicaban a otras labores, la cosecha de frutas del bosque era una ocupación inmemorialmente encomendada a los niños. Y con aquellas frutas, las madres del clan elaboraban sabrosos panes, mezclando frutos de espino albar con fresas silvestres, o amasando glanes de cajigo cocidos, con aromáticos y dulcísimos chordones.
En las últimas tardes del verano el bosque se llenaba de algarabía. Los niños, que siempre iban en compañía de algún mayor, recorrían el bosque en busca de frutillas que depositaban una a una en sus petos de cuero, hasta llenarlos. Pero eran aquellos petos recipientes tan exiguos e inadecuados para aquella misión, que entre las que caían fuera, y las que se perdían en la golosa boca de los niños, aquella cosecha siempre era menguada.
Un día el abuelo Miguelón, que iba al cuidado de aquella bulliciosa tropa, quiso mejorar la recolección y propuso a los niños: ¡A ver, quien de vosotros es capaz de llegar a casa con tres ambostas de frutillas!....
Foto R. Compairé / Fototeca Diputación Huesca
Y aunque todos los niños se propusieron recoger tres ambostas, solo lo consiguió una niña de belleza inteligente y largos dedos llamada Clarita. ¿Y sabéis como lo consiguió?
Fue muy sencillo. La niña se hizo con tres nidos de oropéndola de los muchos que habían caído al suelo aquellos días, y los fue llenando uno a uno de frutillas. Y así, una vez en casa, pudo colmar por tres veces consecutivas las arrugadas manos de su abuelo.
El abuelo premió el ingenio de la niña haciéndole un violoncello de caña de esos que se tañen al atardecer cuando la luna sale de paseo. Y además, propuso a su familia un pacto solemne y perpetuo de respeto y gratitud para con las oropéndolas del bosque.
Para el año siguiente Clarita y Miguelón hicieron una docena de grandes nidos de oropéndola tejiendo mimbres, cañas y brotes de olivo.... Y desde entonces, en las tierras del Cinca, las frutillas siempre se recogen en esos hermosos recipientes vegetales que llamamos cestas.
Sin saberlo, Clarita y su abuelo, imitando los nidos de oropéndola habían inventado el arte de la cestería. De sus habilidosas manos fueron saliendo bellos e indispensables recipientes que facilitaron la recolección, e hicieron la vida mas confortable: Las palluzas sirvieron para guardar la sal. Los cuevanos ayudaron a las caballerías a transportar aperos y hortalizas. Otros recipientes llamados canastas se utilizaron para llevar la ropa al río. Las argaderas acercaban cuatro cántaros de agua desde la fuentes mas lejanas....
Y no acaba aquí este cuento porque los cuentos nunca se acaban, tan solo se reescriben en la vasta memoria de los hombres.
Joaquín Coll
CLAN: Forma primitiva de agrupamiento de varias familias.
FRUTO DE ESPINO ALBAR: Almento muy apreciado por las civilizaciones preibéricas.
GLAN: Bellota dulce del cajigo.
CHORDÓN: Frambuesa del Pirineo.
AMBOSTA: Primitiva medida de capacidad pirenaica equivalente al llenado de las manos.
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