artistas, a sus "otros", siempre que se acepten como son y no hagan de su "profesión" un problema.

"Toda obra de arte está muerta cuando se le priva del amor", afirmo André Malraux, según recordaba Calvo Serraller hace un par de semanas en EL País para concluir su columna señalando a quienes "no viven el arte, sino a su costa, no dejando tras de sí más que escoriaciones". Pues resulta que Pepe Bofarull (oso amoroso) sabe de sobra que los artistas acomodados se parapetan tras su alienación y siguen en su oficio (ese tan antiguo), y que los demás se alinean perfectamente clasificados. Lo sabe y se calla como buena puta. ¿Una característica o un carácter?

   
SERIGRAFÍA. LAGUNAS, Santiago
   

A estas alturas del texto ya no sé si Bofarull es Maribel o la tía de Marcelino escuchando un "rock and roll" según el libreto de Mihura en el cuarto de estar de "la casa", interpretado por Elvis Presley. Pero me centra en una de las pasiones (para algunos auténticos calvarios) del mago impresor: la música siempre a todo volumen. Jazz del más free, rock del duro, músicas étnicas de las raras, orquestas sinfónicas enloquecidas o, directamente, sonidos dodecafónicos y minimalistas ilustran al que pertenece a la familia de proximidad. Bofarull sabe un huevo de música (abonado habitual del Auditorio).

Otra característica esencial del "Bola" es su capacidad de hipnotizar con su erudición sobre el devenir zaragozano mundial (Bofarull sabe de todo, en su más amplia acepción). Y ya que hemos empezado con Breton, y metidos en familia, vamos a trepar por las ramas de la genealogía: si contaba Luis Buñuel en "su" último suspiro que uno de los grandes acontecimientos de la vida zaragozana que recordaba fue la exhibición de un aviador francés que se elevó una veintena de metros entre el asombro y los aplausos de la gente, Bofarull cuenta otra azaña aeronáutica: la de un ciudadano que se comió una avioneta; y su narración emocionada del hecho, en el que no hubo ni artimañas ni vicio, es para asombrar al más pintado (o al más pintor).