Si a Buñuel le importaba poco su relato, a Bofarull menos aún el suyo. Si Buñuel hacía un ejercicio de memoria provinciana, Bofarull realiza un acto surrealista.

Esto que cuento no necesita de interpretaciones freudianas (Freud, sublimando, creo que se creía que el arte tiene base biológica). Quiero recordar como Kahnweiler versionaba el comentado exabrupto de Braque delante de "Les demoiselles d'Avignon" diciendo que dijo: "Era como beber petróleo para escupir fuego". ¿Me siguen, no?

   

¿No?, pues esto viene por lo de sacudirle a la belleza del comienzo, costumbre "bofarulliana" que descojona los colores de los cuadrados de Albers y hace temblar los cimientos de la mismísima Bauhaus.

Y ya que he mencionado al abuelo Buñuel antes, me acuerdo del proyecto que tuvo de poner un bar con unos amigos que se llamaría "El Cañonazo". Explicaba entusiasmado cómo tendría un cañón "de verdad" en la puerta que dispararía a cualquier hora del día o de la noche cuando alguien pagara más de mil dólares. Cuando algún "familiar" va a casa de Bofarull y no está, mira en los bares del entorno que se podrían llamar "El Cañonazo". No por nada.

CARTEL. CEESEPE  
   

Por cierto, en el taller de Bofarull aún no está prohibido fumar (ni está prohibido nada).

No debo acabar sin contarles que el artista Bofarull es también un curtido lector de libros de historia, un apasionado de todas las ciencias posibles e imposibles, un extraordinario compañero y un trabajador. Aunque de las grandes cuestiones como en el verso de Brodsky sólo queda una estela de palabras.

Al Bofarull tendríamos que subirle el sueldo.

  Vicente Villarocha