capaces de traspasar la mismísima fenomenología artística. Me contó Ignacio Mayayo, a propósito de esto, que en una reciente muestra de obra gráfica de artistas aragoneses en la que necesariamente había numerosas estampas salidas del taller del "Bofa", alguien comentó que la serigrafía estaba considerada como técnica "menor" frente al grabado de plancha, y uno del pueblo (y de la extraña familia) repuso: "Depende de quién la haga".
Hace poco más de veinte años ya me encargó Bofarull escribir de lo mismo, pero entonces la "cocina que tocaba" era propia de estómagos acerados y los textos eran más de la estructura y eso; más de definición de una terminología que aspiraba a definitiva. Así, frases como "cuando el arte se va perfilando" o "metalenguaje de sí mismo". O palabras del tamaño de "ejecutor mediador" o "espectador consumidor", por poner ejemplos, no hacían sino teatralizar el mensaje en una suerte de ritual comunicativo.
Claro que una teoría del arte como ritual podría resultar verosímil si implica como apunta Cynthia Freeland en un libro de cuyo título no quiero acordarme un determinado propósito, la producción de un valor simbólico, etc. En fin, cosas del siglo pasado.
Metidos en el XXI y europeizados ya del todo (europeizar es una forma de encurtir) hoy se necesita del humor más (o más del humor) para preparar la digestión de lo sustancial, y por eso he robado el título (parafraseado más exactamente) del disparate cómico de Mihura que participa de aquella idea de la sacudida y la belleza, o al revés. Y es precisamente la risa de Bofarull lo primero que te sacude al acercarte al taller en el que fabrica estampas de todas clases y tamaños, guapas y feas, compulsivas o vitales, necesarias siempre, banales, etc.
Debería aquí referirme al hecho artístico, pero no me da la gana. Me voy a centrar en el personaje de Maribel/Bofarull o Bofarull/Maribel, que he robado de una comedia (que también fue una película luego) en una suerte
CARPETAS. LARROY, Enrique
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