En la Zaragoza de nuestras tozudeces, apenas destetados de la década prodigiosa y apoyados en ilusas redundancias, un pequeño grupo de irresponsables se concitaron más o menos en aquel tránsito del arte objetual al del concepto y, por resumir en un ejemplo, al oído de la frase de Breton: "La belleza está hecha de sacudidas". Cada cual, como puede suponerse, entendía la belleza y la sacudida como le venía en gana (por no hablar del concepto).

De aquella humorada ya treintañal, y aparte de la amistad de película en blanco y negro, queda una extraña familiaridad y una "casa" en permanente ebullición: el taller de serigrafía de Pepe Bofarull. Una casa alejada de la barriada de las convenciones y las pedanterías. Una casa que, como recordaba Sabartés de la de Picasso en rue de la Boétie, rebosa de todo lo que ha pasado por ella, por poco que en ella se haya detenido.

Esa casa-taller (ahora en la calle de La Palma, antes en la de San Pablo y mucho antes en las Delicias) es un referente sensorial, generacional, un sitio de agitación y enredos, de encantamientos, de obras perpetuas. Es también una latitud tonal con olor a disolvente, una estancia adornada de cenizas del aprendizaje, un lugar, en fin, en el que como en el verso de Ferrater "la llum del'estiu nórdic es inmensa Y en la que hace frío, naturalmente.

Esta exposición que del trabajo del impresor Pepe Bofarull, de la "obra gráfica" de artistas sin número que han acudido a su "casa" para

realizar serigrafías originales, debería dar noticia del trabajo imprescindible de un tipo que de forma consciente (o inconsciente, vete a saber) prima la técnica y el proceso en una idea de pureza y con un desentendimiento de lo personal

SERIGRAFÍA. GRAU, Xavier