La sala Luzán fue inaugurada en 1962. Y a base de un titánico esfuerzo y el adjetivo no es hipérbole ni gratuito de quienes la idearon y tiraron de ella hasta ponerla en pleno funcionamiento consiguió en poco tiempo adquirir un contrastado prestigio a nivel nacional, a pesar de su condición de "sala de provincias". En especial a partir de su traslado a la nueva sede del Paseo de la Independencia, en 1977, esa bien ganada reputación le ha permitido convocar con éxito a mucho de lo más granado del arte español de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, sin otra cortapisa o limitación impuesta que la derivada de la calidad. Gracias a su labor, nunca suficientemente reconocida, nadie puede decir que Zaragoza no ha tenido la posibilidad de estar al día de los pasos dados por el arte contemporáneo o que no siga en la actualidad con detallada atención las formas de expresión emergentes.
Y mientras la Luzán desempeñaba y desempeña el papel de escaparate de la producción de firmas consagradas, con repercusión nacional o internacional, un cruce de caminos transitado por viajeros procedentes de todos los puntos cardinales, las salas Barbasán y CAI Huesca, desde los primeros años de la década de los ochenta, entablaron un fructífero diálogo con autores noveles, en su gran mayoría nacidos o relacionados de alguna forma con Aragón, así como con aquellos cuyas propuestas no tienen tan altas miras o no llegan a cristalizar, pero que por ello no pierden un ápice de su valor testimonial.
De toda esa productiva actividad hay recogida evidencia material en el patrimonio artístico de Caja Inmaculada, que también engloba compras y series de obras sobre papel de artistas locales, a la vista del gran público en el centenar de oficinas distribuidas por la Comunidad y en otros locales CAL Una compilación heterogénea y desigual pero en la que no faltan paradigmas reveladores, ni ninguna de las principales tendencias del arte español de los últimos decenios. En ella tienen cabida todas las escuelas y estilos -figurativos, abstractos, geométricos, expresionistas, matéricos, tachistas, ópticos, comprometidos, hiperrealistas, surrealistas, postmodernistas...-, con un extenso espectro de lenguajes, técnicas y hechuras, ya que nunca se ha ejercido veto alguno por razones de índole temática, formal o ideológica.
Entre los ya más de seiscientos autores representados, predominan los aragoneses. Dos terceras partes, nada menos que unos cuatrocientos, han venido al mundo o residido temporalmente en Aragón. Los casi doscientos restantes, salvo una quincena aproximada de origen foráneo, procede de diversos puntos de España. De entre todos ellos, un centenar largo de nombres tiene una destacada relevancia en los circuitos artísticos del país e, incluso, en los de ámbito internacional, como puede demostrar un detenido examen del repertorio de catálogos editados con motivo de las exposiciones celebradas en la sala Luzán, utilizado como colofón de la presente publicación.
Tal es la magnitud de una colección cuyo dinamismo no se puede embridar y que engrosa sus cifras temporada a temporada. Las obras ahora expuestas representan sólo unas pinceladas sueltas -nunca mejor dicho-, que ponen sobre la pista de la totalidad. Una rica miscelánea capaz de ofrecer en el futuro nuevas perspectivas de lectura y que aglutina una doble función, contenedor de memoria y ventana abierta desde Aragón a cuanto sucede dentro y fuera de sus límites en el mundo del arte contemporáneo, para estudiosos, aficionados y ciudadanos de a pie.