ROYO MORER
En la práctica de la pintura se produce una circunstancia de la que no todos los practicantes son conscientes, supongo que esta peculiaridad debe producirse, además, en otros campos de las artes aunque quizá sea en la pintura en la que más se evidencia el «dictado» de la propia obra en curso sobre el autor.
Un «dictado» que, naturalmente, no se produce al inicio del trabajo sino en el transcurso del mismo y que se acrecienta en la medida en que la obra va adquiriendo el tono de madurez preciso, que pasa por dos estadios correlativos afectando a la ejecución de cada pieza individualizada y al conjunto de ellas o sea, al «discurso» de una cadena de piezas que marcarán una trayectoria identificable con el autor.
Cada pieza, por lo tanto, condicionará con su impronta la siguiente y si entendemos que en la ejecución de ellas individua lizadamente, en su resolución final, juega un papel importante la voluntad de la propia pintura, esta ingerencia acumulada a lo largo de toda la carrera de un pintor genera un débito con la propia esencia del arte que es, en definitiva, el que ha modelado su historia. Y no pretendo, en este caso, hacer una exaltación de lo casual o inconsciente como piedras únicas sobre las que se cimente una obra artística (aunque las corrientes automatistas hayan tenido un peso importante en la conformación de las vanguardias del siglo XX), pero si quiero otorgar la importancia que merece, en algunos casos, a la dialéctica establecida entre el pintor y su obra en el momento de pintar y, por supuesto, valorar como elemento definitivo el estado de consciencia del pintor de la existencia de esa lucha, la posibilidad de controlar esa circunstancia y el aprovechamiento de la misma.
Es evidente que el acto de pintar implica placer..., o dolor; ¿o ambas cosas a la vez?, y que ese placer o ese dolor deriva indefectiblemente del resultado consciente de esa lucha dialéctica librada sobre la superficie del cuadro, de otra forma no podría entenderse la obra de la mayoría de luminarias que jalonan la historia del arte por que será el residuo de esas sensaciones el que hará trascender la obra y marcará su cualidad comunicativa, ¿Se podría «leer» de otra manera la obra de Picasso?.
Estas reflexiones me son inevitables a la hora de enfrentarme con los cuadros de Natalia Laínez; con la joven pero sólida pintura de Natalia en la que, a mi juicio, son evidentes los vestigios de cada batalla librada en la superficie de cada una de las piezas presentadas en esta exposición.