Esther Otto Bellosta
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En el acto de pintar reflejamos nuestra memoria humana, una referencia ancestral donde fijamos por medio de la retina no sólo imágenes, sino sensaciones, ideas, emociones, sobre lo que nos rodea y sobre nosotros mismos. Es aquí donde se marca la diferencia entre mirar y observar; lo mirado es la percepción de nuestro sentido de la visión. Y a partir de esa percepción lo observado es lo comprendido en las estructuras más primarias. Observar es detenerse, permitir la contemplación, abrirse para luego hablar (pintar), intentar rescatar lo íntimo de aquello observado. Esther Otto por su ser, camina (y pinta) de esa manera. La honestidad de su trabajo la descubrimos en sus paisajes, que no son sino su propio espejo, su modo de acercarse a un árbol, su manera de recordar el espacio, la búsqueda de contemplar aquello necesario, de quietud, de goce con los elementos. Esther detiene el tiempo (tan reñido con lo actual como sinónimo de una época que no se detiene ni repara en nada), sus obras permanecen. Esther es testigo de sí misma -en la distancia de lo observado- es la pintura de una caminante que se cuestiona todo, que nada la deja tranquila, pero que muestra luego aquella complejidad que siente como verdadera síntesis. RAÚL EBERHARD
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