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Un abejaruco regurgita una egagrópila compuesta de quitina y caparazones de insectos desde su atalaya de caza situada en la rama seca de un almendro. Las egagrópilas son pequeñas bolas más o menos compactas que contienen los restos de las presas consumidas por las aves que no han sido disueltos por los jugos gástricos y que se forman en la molleja. Durante su paso por el esófago la egagrópila toma la forma característica de cada especie, por lo que los naturalistas expertos de qué especie se trata sólo con identificar su tamaño, su forma y su composición.
La orquídea se deja amar por el abejorro. La picardía sexual de esta bella flor ha dado resultado, y es que sus formas, colores y olores imitan a la perfección las características de ciertos insectos. El abejorro engañado se ha posado en el labelo de la flor pensando que se trata de una hembra y comienza una falsa cópula en la que unos cuernecillos de polen llamados polinios se han enganchado en su cuerpo. En el próximo vuelo hacia otra flor de la misma especie estos cuernecillos amarillos harán su labor fecundadora en un nuevo engaño que servirá para perpetuar la especie.
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