Esta exposición es una muestra fotográfica comparativa, en la que cincuenta rincones del Pirineo aragonés son sometidos a la dura prueba del tiempo: el tiempo que media entre las excursiones de Lucien Briet en las décadas anterior y posterior a 1900 y las andanzas de José Luis Acín en los últimos años del siglo XX a la búsqueda en vivo de las imágenes que el francés inmortalizara en su momento. Esta labor dio sus frutos en el libro del segundo Tras las huellas de Lucien Briet. Bellezas del Alto Aragón, editado por Prames (Zaragoza, 2000), y de cuyas fotos tienes ante tus ojos, curioso espectador, una cuidadosa selección.
Hablar de Lucien Briet (París 1860, Charly-sur-Marne, 1921) es hacerlo de un romántico, del último exponente de una generación de pirineistas que sentían la vocación del descubridor de paisajes y gustaban de experimentar el placer ante lo desconocido e inexplorado. Es hablar del viajero, escritor y fotógrafo de los Pirineos, del inconformista que, cansado de sus aventuras africanas con la Legión Extranjera, quedará prendado de las cumbres, valles, pueblos y gentes del Alto Aragón.
De sus continuas visitas a tierras aragonesas entre 1890 y 1911 quedará un enorme legado: cerca de mil placas fotográficas, numerosas anotaciones y diarios de viaje y distintas publicaciones en las que Briet relata sus expediciones. Obra literaria reunida en tres volúmenes manuscritos bajo el título Superbes Pyrenées, de la que se escogieron los textos que conformarían la edición de Bellezas del Alto Aragón (Huesca, 1913), cuyas dos ediciones -agotadas rápidamente- tuvieron una postrera -y mejorada con la inclusión de emulsiones fotográficas - continuación en 1988, al amparo de la Diputación de Huesca. Esta misma institución patrocinaría además, en 1990, la obra Soberbios Pirineos. Superbes Pyrenées, con textos hasta entonces poco divulgados y su correspondiente selección fotográfica. Además, innumerables fotografías de Briet se editaron como postales, reunidas en varias series bajo los títulos de Alto-Aragón pintoresco o Les Pyrénées.
Todo esto hubiera sido imposible si, a la muerte de Briet, su compatriota Louis Le Bondidier no hubiera hecho las gestiones oportunas para que su legado no se perdiera. En efecto, la precariedad en que quedó su viuda, con una niña de cinco años a su cargo, estuvo a punto de hacerle vender de forma indiscriminada todo lo que el difunto había atesorado con esmero a lo largo de su vida: la biblioteca y el archivo que reunía sus apuntes de viaje, sus manuscritos, instrumentos y más de 1.600 placas fotográficas de cristal. Le Bondidier acomodó este fondo en las dependencias del Musée Pyrénéen du Cháteau-Fort de Lourdes, donde puede contemplarse en su plenitud una obra de incalculable valor documental, convertida en referencia insustituible para cualquier amante de los Pirineos.
La presente exposición certifica los cambios acaecidos en el entorno pirenaico a lo largo del siglo XX. La paciente cámara de José Luis Acín, fiel a los encuadres en los que Briet plasmara sus estampas cien años atrás, capta el abandono, la superación de un modo de vida secular y de una cultura tradicional, y el sacrificio de las tierras de montaña en aras de un, en ocasiones mal encauzado, desarrollo. Unas tierras que, de vez en cuando, todavía hacen oír su voz.
Pero, además de su carácter notarial, de fidedigno testimonio del paso del tiempo por el paisaje y paisanaje altoaragoneses, la exposición quiere ser un homenaje. Un homenaje al espíritu del pionero, un homenaje a la pasión por encontrar la paz y la belleza, un homenaje al aroma agridulce que destilan las imágenes del pasado. Y es también, por qué no, un modesto ejercicio de recuperación -no queremos hablar de nostalgia- de un tiempo que no volverá y de un lugar que ya nunca será el mismo, pero cuya atracción permanente servirá siempre de inspiración a todo aquel que quiera visitar nuestro Pirineo. El Pirineo de todos.
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